Esquizofrenia

Javier era un profesor de Lengua castellana y comunicación, distinguido, de no muchos amigos pero dentro de todo, con una vida normal. Su familia algo ausente, una infancia sin mayores altercados aparentemente, una adolescencia algo golpeada por sus pares en la escuela, y una carrera universitaria evidentemente satisfactoria.

Luego de algunos meses en Chile, decidió partir hacia Buenos aires a hacer un postitulo. Los meses pasaron y algo empezó a cambiar muy rápidamente. Poco a poco empezó hablar poco, empezó a salir menos hasta que un día se encerró en su pieza y cuando su hermana que venía de visita lo descubrió, ya solo farfullaba incoherencias. En su mente apareció una capa que le impedía hacer un juicio correcto de la realidad, y hacía que ideas que venían desde lo más profundo que antes se escurrían y resbalaban, ahora retumbaran y daban vueltas y vueltas, haciendo lo que antes era fugaz ahora era obsesivamente repetitivo.

Fue traído de vuelta a Chile, pero sin embargo nadie más se preocupó de su salud, nadie quería ayudarlo a luchar contra sus demonios. Vivía en una antigua casa en Quinta Normal, sus vecinos lo conocían, pero sin embargo, lo miraban con cierto recelo, ya que su pieza daba hacia la calle.
Un día, una vecina llamó a Carabineros porque lo vio intentando colgarse de los cables eléctricos de su casa. Llegó la policía, una ambulancia, y fue trasladado a la unidad de psiquiatría, donde lo conocí.

Me fue imposible no llevarme un recuerdo de esto. Tan profundamente me llamó la atención, fue tan fuerte leer esto que a pesar que su rostro no mostraba absolutamente ningún trazo de emotividad, me transmitió muchísima de esa angustia que el sentía. 

Dos días después de conversar con el, durante el fin de semana mientras yo no estaba en el hospital, Javier tomó las tapas de los mismos lapices Bic con los que escribía sus notas y se las enterró en sus carótidas. Sobrevivió, se le quitaron por tiempo indefinido los lápices y se le dejaron antipsicoticos en dosis equinas.

Y se podría discutir infinitamente sobre que es lo ético acá;  hablar y hablar sobre que es lo más correcto, si dejar que termine por fin esa infinita lucha con sus demonios, o mantenerlo vivo, contra su voluntad, aunque su voluntad no sea tal como la nuestra, porque dentro de nuestras convenciones, una persona en estas condiciones no podría decidir sobre si mismo.

Yo me abstendré de ese debate, y me limitaré a pensar, Javier, habrás logrado terminar de luchar contra tus demonios?


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