Alicia

Alicia era una mujer de esfuerzo, de aquellas que dedican toda su vida al campo. A penas sabía leer, pero calculaba las hectáreas de frutos por cosechar en segundos. Sufría de Diabetes, enfermedad que se le diagnosticó hace más de veinte años, que lamentablemente, por diversas causas, nunca controló de manera adecuada.

Tenía 4 hijos que eran para ella su vida misma. Sonia, la mayor fue la que decidió quedar a su cuidado desde que la Diabetes le arrebató sus dos piernas y sus retinas, quedando en estado de completa invalidez.

¡Que la insulina, que la baja de azúcar, que la infección urinaria que se la sube, que la hacen pasar rabias estas cabras de porquería! 

Años de mal control, sumado a un único descuido hicieron que Sonia, encontrara a Alicia en su casa tumbada en el piso, con los ojos semiabiertos evidenciando una mirada completamente perdida, una respiración agónica, y completamente inmóvil. Como pudo, la subió a su auto y la llevó al SAPU de Isla de Maipo.

Gritos, llanto y la sirena fue lo que escuché y que me hizo dejar de lado un segundo a mi paciente c5 para ir a ver que ocurría. Allí yacía Alicia, en muerte cerebral, con una frecuencia cardíaca casi nula, sin responder a ningún estímulo, esforzándose instintivamente por tomar sus últimos alientos.

 "¡Inicia masaje!" Fue lo que escuché gritar al Jefe de turno. Mis manos entrelazadas intentando hacer latir a un corazón que probablemente ya estaba muerto, en un cuerpo que ya había perdido toda esperanza por volver a ser lo que fue. 8 minutos de testarudez, lumbago y una idea que se repetía una y otra vez en mi mente "¿para qué?".

Eran las 19:08 y finalmente su corazón dejó de latir. Sus costillas rotas. Su mirada descentrada. Las livideces que empezaban a aparecer. Y finalmente una sensación de alivio que me invadió.

"Ya puedes descansar Alicia, se acabaron los pinchazos de insulina, se acabó el hacer malabares para poder comer con la pensión de mierda que te dan, se acabaron las peleas, los malos tratos, se acabó el dolor fantasma de las piernas que te sacaron, se acabó ese dolor al pecho que te venía cuando te agitabas, se acabo el coctel de pastillas de la mañana y de la noche, se acabó la impotencia por dejar de ser la matriarca y ahora ser una carga para tus hijas. Ya no más médicos, ya no más problemas, ya no más dolor. Llegó tu hora de descansar para siempre."

Buen viaje Alicia.

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