Empatía

Hace rato que debía ir por unos trámites para conseguirme una práctica para el verano, pero lo había pospuesto durante todo el semestre y me di como plazo máximo este mes para hacerlo, así que hace algunos días me decidí a hacerlos (excusas no tenía, estaba de vacaciones). Me levanté temprano, fui, me mandaron a otro lugar, y luego a otro, y luego a otro, y para todo finalmente terminar en un muy bien adornado y educado "no". Estaba muy frustrado y triste, porque además se vinieron a la mente todos los otros problemas sin importancia real que me habían pasado durante la semana (los panoramas que me perdí por mi bronquitis, la indiferencia de una chica que me gustaba, la mancha horrible de mi frente que aún no sale, las notas que obtuve a final de semestre) así que, quería patear algo, o a alguien. Estaba en eso, manos en los bolsillos y audífonos en los oídos cuando llegué a sentarme al paradero de O'higgins con Urmeneta. A los dos o tres minutos, una señora de unos 40 años se sentó también, al lado mío; un polerón de polar color crema que denotaba algún día haber sido blanco, un par de kilos de más y unas pocas arrugas al rededor de los ojos fueron las cosas que percibí durante el medio segundo que volteé para mirarla. Aún absorto en mi ira, por algún motivo que ahora no recuerdo le baje el volumen a los Arctic Monkeys que es lo que habitualmente sonaba esos días en mi reproductor. No necesité bajarlo tanto para escuchar a la señora que hablaba por teléfono, que en realidad más que hablar, solo sollozaba tratando de explicar que a su hijo probablemente le iban a dar más de 5 años en prisión por algo (nunca supe qué) que nunca hizo en realidad. Entonces me dieron ganas de patearme a mi mismo, es como si hubiera olvidado que en el mundo hay personas con problemas realmente importantes, y yo quejándome por lo que ocurre en mis narices. Me dieron ganas de abofetearme y decirme, como es posible que estés triste por estupideces así, imbécil. Es como si la posibilidad de que a la persona que va al lado tuyo sentada en el metro le haya fallecido un ser querido, o que al hombre que va caminando adelante tuyo le acaban de diagnosticar una fatal enfermedad, no existieran en absoluto.
Luego de toda esta absurda pero lógica reflexión, le bajé aún más el volumen a mi reproductor, la miré y traté de darle una sonrisa empática, como tratando de decirle "ánimo mujer, hay gente que tiene aún peores problemas" aunque esas palabras nunca salieron de mi boca. Ella cortó el teléfono, me miró, se seco una lágrima, se paró, volvió a mirarme, me devolvió la sonrisa y tomó la micro. Ella se sentó en un asiento de adelante, mientras que yo seguí sentado en el paradero esperando la G09, aunque ahora con una mueca mucho más feliz. :)

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